miércoles, 9 de marzo de 2011

Idiotez sonora elevada al cubo

Ricardo Sánchez. Dirigíame yo, hace pocos días, en Reus, a la estación de tren. Coincidió ser el día de la rúa de carnaval. ¡Qué bonito!, se podría pensar. Gente disfrazada, hablando animadamente de sus disfraces, niños corriendo y jugando y una bonita música sonando sin molestar...Bueno, volvamos al mundo real.
Lo primero que pensé es que, en esta ciudad, todo el mundo se debía haber quedado sordo, pero sordos como tapias, porque aquellos camiones que formaban la caravana llevaban unos equipos musicales (por llamarlos de alguna manera) de una potencia exagerada y creaban un estruendo tan superlativo que era impensable que aquéllo fuese dirigido a personas normales, en cuanto a capacidad auditiva se refiere. Para colmo, en una lucha estúpida entre los camiones por ver cuál de ellos sonaba más, el sonido era tan forzado que el global era una distorsión estentórea acumulada multiplicada por veinte. Y, además, lo que ponían no era música: era ese bobo metronómico ruido, al que ya me he referido en otras ocasiones, que tanto gusta a esta letrada y universitaria sociedad moderna española. Vamos, es que, o te gusta mucho, o es para salir corriendo, que es lo que hice yo. Debe ser que no soy, ni letrado, ni universitario.
Obviamente, allí nadie hablaba, porque no se oía nada de lo que se decía ni a un centímetro de distancia.

Estas son las fiestas que se montan en España. Ruido por aquí, más ruido por allá. Nada que identifique el carnaval (o la fiesta que se celebre) con el suelo que pisas. Todo ruido importado. Debe ser para que no distingas si estás en Madrid o en Barcelona; en Bilbao o en Sevilla. Ese ruido es el que, de verdad, está ahogando las voces de cada uno de nuestros pueblos.