lunes, 31 de agosto de 2009

Cuando el ruido es música y la música es ruido.

Ricardo Sánchez. Como sabéis, a principios del mes de agosto, tuvimos ocasión de asistir al curso de música que se realizó en Arija. Aunque no dispuse de mucho tiempo libre, aproveché, en algún momento, mientras se impartían las clases, para recorrer unos cuantos kilómetros, en bicicleta, por las tranquilos caminos y carreteras de esa zona del norte de Burgos. Ni que decir tiene que, acostumbrado a circular por las calles de Barcelona, aquellos parajes resultan ser un auténtico paraíso.

Y no sólo para la vista, sino, también, para el oído. Aunque llevaba conmigo uno de esos aparatillos portátiles reproductores de música, en ningún momento requerí sus servicios. La cantidad y variedad de sonidos que me rodeaban en aquellos parajes solitarios era de tal variedad, y tan agradables todos ellos, que, en ningún momento se me ocurrió obviarlos. Desde el murmullo de las hojas de los árboles hasta el lejano mugir de una vaca, aquel mosaico de ruidos inocentes constituían la mejor y más deseable de las músicas. Un auténtico tesoro sonoro para quienes tengan la suerte de poder disfrutar de él habitualmente.

Ya de vuelta a la realidad, paseábame yo por la playa de Barcelona, donde también hay bellos sonidos, especialmente, el de las tranquilas olas mediterráneas. Sin embargo, es imposible encontrar un lugar donde tus oídos no se vean fastidiados por esa ¿música? metronómica degenerada en bobo y estúpido ruido que se ha vuelto imprescindible en cualquier lugar de nuestra moderna sociedad, y por supuesto, en todos los restaurantes de las playas. Además, por lo visto, se considera necesario que todos aquéllos que circulen a varios cientos de metros del local, escuchen con claridad ese desvarío sonoro. Aquí sí eché en falta mi música portátil.

Parece ser que nuestra sociedad teme al silencio, seguramente, porque, en silencio, se pueden escuchar voces interiores indeseadas, y es preferible aplacarlas con un ruido constante.

Lo mismo pasa en cualquier lugar público, como pueda ser un tren: desde que se inventaron los reproductores de sonidos/ruidos/música sin auriculares, no hay quien viaje tranquilo. Lo curioso es que, con lo mal que suenan esos chismes, haya tanta gente que los utilice para inundar el espacio público, reflejo de su escasa educación. Por cierto, no sé si ésta tiene alguna relación con el tipo de música que se escucha, pero, lo cierto, es que, hasta ahora, no he oído que nadie ponga en su aparato música de dulzaina o de Mozart, por ejemplo.
Quizás sí tenga algo que ver.